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Mi abuela originaria |
Escribí ya un montón de veces que yo era el nieto preferido de mi abuela, ¿lo recuerdan?
Sin embargo, hoy quiero recordar este hecho primigenio porque me resulta inevitable empezar con uno de sus tantos dichos sabios.
Solía decirme: "M'hijito, hay mucha gente que, quizás con demasiada frecuencia, se queda con la sangre en el ojo".
Pues éste es mi caso. No en la frecuencia, menos mal, sí en el ojo y en la sangre arterial.
Hace poco tiempo, unos amigos me invitaron, una agradable noche de sábado, a comer un asado. Había algunas personas que no conocía de antemano ni de postmano. Entre ellas, una psicóloga de unos 40 años de edad, que no de ejercicio de la profesión.
La conversación fluía cantarina. Palabra va, palabra viene, en ese minué coloquial surgió el tema de los fenómenos parapsicológicos.
Unos decían esto, otros decían aquello. La psicóloga tomó la palabra:
- Son bobadas (bue, no usó esta palabra sino una parecida... ¡que me enferma!). No existen. Son alucinaciones que se dan en tiempo de vigilia. El cerebro elabora una substancia (no estoy seguro si dijo ranitidina o hepatalgina) que las provoca. Pasa lo mismo con los sueños.
Siguió un poco más con esto, denostando cualquier pensamiento disidente, opositor, oficialista, de élite o de extracción nacional y popular.
Con absoluta timidez y con la humildad que me caracteriza, avancé una pocas palabras:
- Bueno, quizás no siempre...
Me fulminó con la mirada:
- ¡NO, NUNCA! ¿ACASO NO ESCUCHASTE LO QUE DIJE?
Y ahí, como huevo frito, se me enllenó de sangre el ojo izquierdo, que luego tuve que extirparme y de ahí mi foto (ver Mi Perfil).
Estuve a punto de repreguntar:
¿Qué dijiste? Me pareció más prudente callar.
Como quien dice, su respuesta había sido un tantico rotunda, quizás tirando a categórica, por no decir terminal.
Supuse que para esta psicóloga, su respuesta había sido cabal, de solidez deslumbrante, con un gran rigor científico.
A mí, en cambio, me pareció dogmática en un 148.735%, es decir, de un dogmatismo ciego y cerrado. De esa clase de dogmatismo visceral producto de una tremenda inseguridad esencial y, asimismo, muy valioso para dominar a personas más inseguras aún.
Además, un dogmatismo impregnado por completo de una superlativamente estúpida irracionalidad.
Puede ser que haya "experiencias paranormales" producto de alucinógenos como la mescalina o la nueva Ser Citrus Pasión (cfr. post del 12/11/12). O de eso que la bioquímica cerebral produce y con lo cual se elaboran los sueños. O por Delirium Tremens. No viene al caso.
Si esa tilinga hubiese tenido un poquito, gotas apenas, de algo de resabios de sentido común, quizás, en una de ésas, podría haber llegado a esbozar una posible pregunta sobre qué cosa podría haber estado yo comenzando a referirme con mi mente por siempre febril. Pero no. Se mantuvo en su estúpida irracionalidad. Y yo pensé: ¡Allá ella!
Propia de fines de los '60 y primeros años de los '70, fue la idea erróneamente científica de que ya todo estaba explicado, comprobado, esterilizado y envasado para el consumo.
Claro que no. Ahora en cambio, la gran mayoría de los investigadores y científicos no vacilan en afirmar que es mucho más lo que se desconoce de lo que se sabe.
Pero esta penosa anécdota que refiero, ocurrió hace poco.
Una alucinación es siempre algo personal, no compartido por otra/s persona/s.
Sin tratar de esbozar ni por asomo una posible explicación que, por otro lado, no me interesa en lo más mínimo, voy a relatar dos experiencias parapsicológicas vividas por mí mismo.
He tenido muchas experiencias de índole similar. Quizás algunas hayan sido alucinaciones, otras estoy plenamente seguro de que no.
Me limito a dos, de las que estoy seguro de que no fueron alucinaciones: la más tonta y la más seria.
1) El Libro al Revés
Lamentablemente, no recuerdo en qué año fue. Tan sólo puedo ubicar, a mi pueblo y a mí público, en los años '90.
Mario, un amigo mío, se decidió a fabricar bijouterie. Como vivía en un edificio de departamentos, me preguntó si podía usar el patio de mi increíble loft para hacer las fundiciones necesarias.
Claro está, le dije que sí. Le di copia de las llaves y que usara el patio cuando más le conviniese. Obviamente, también podía usar el baño, tomar café y algo. Mirar televisión no por el simple hecho de que, en esos años, no tenía un aparato tan gentil y cantábrico.
Un día por la noche, fui a comer a la casa de una de mis hermanas. Volví para la mía fresco como una lechuga, pues estaba bastante frío. Abrí la puerta y sentí -no pensé-:
Mario estuvo arriba. Es claro que esa sensación se reformuló en pensamiento de inmediato, sin tan siquiera un simple parpadeo de los ojos.
Lo descarté sin más: ¿para qué iba subir? No tenía razón alguna para ubicarse en mi entrañable entrepiso, donde guardo el dormitorio más preciado de mis más valiosos sueños.
Calenté café, escuché música, esto y aquello, en fin. Al cabo de un rato, decidí acostarme. Subí al entrepiso y encendí la luz, de puro precavido.
Tengo una linda mesita de roble que uso a modo de escritorio. En el mismo y perentorio acto de encender y ver, vi que, sobre dicha mesita, había un libro dado vuelta.
No pretendan ahora que les cuente cómo hago para darme cuenta de estas menudencias, pues es algo que me ocurre de forma totalmente involuntaria.
La cosa era que un libro estaba al revés. Concluí:
Entonces, Mario sí estuvo aquí arriba.
Astuto como serpiente, pensé confirmarlo con una pregunta que no le diera posibilidad de evadirse. Cuando lo vi, dije:
- ¿Para qué subiste al entrepiso?
Se desconcertó un pelín:
- A buscar una birome. ¿Cómo te diste cuenta?
- Porque dejaste un libro al revés.
2) Brutal Intromisión
Nota: en razón del tema, aquí no hay imágenes ni chistes.
Éste fue un episodio más largo; comenzó en 1991 para terminar un domingo de Enero de 1992.
Por razones que desconozco, durante 1991 fui a comer con más frecuencia a la casa de un amigo mío, casado y católico práctico.
Poco tiempo después, comencé a
sentir que tenía un problema. Como él no me decía nada, yo tampoco me enteraba.
A medida que pasaron diversas cenas, este
sentimiento se acrecentaba. Y un cierto tiempo después,
supe cuál era el problema.
Concernía a un tema que entre él y yo nunca habíamos tratado.
Como opiné (y opino) que la causa no era motivo suficiente para hacerse semejante lío, traté de pensar de qué manera podía sacar a relucir el asunto para tratar de aliviarlo de esa sinrazón.
Pues no se me ocurría nada. Y me quedaba callado.
En Diciembre fue su cumpleaños. Entonces, un domingo de Enero, como regalo, lo invité a almorzar a un restaurante. Después fuimos a casa para tomar café.
Mi intención de hablarle continuaba. Puse a calentar el café, me di vuelta para mirarlo, y dije:
- No sé cómo decirte esto pero me parece que estás haciéndote demasiado problema con la masturbación.
Mi amigo se quedó estupefacto.
- ¿Pero cómo lo sabés?, atinó a preguntarme.
- No sé, no lo sé. Pero no es eso lo que importa, sino el bollo...
- Pero... ¿pero cómo lo sabés?, insistió.
A esta pregunta, yo no tenía respuesta. No sabía, y sigo sin saber, cómo lo supe.
La conmoción fue tal que no recuerdo cómo terminó ese encuentro.
Sí sé, en cambio, que a partir de ese día se acabó nuestra amistad.
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