Cada vez que me entero de alguna novedad de Anónimo, vuelve a invadirme un enigmático sentimiento de admiración de sólo pensar en la prolífica producción que ha tenido a lo largo de siglos y siglos y en ¡tantas áreas diferentes!
Por así decir, ya me he acostumbrado a su cualidad de inmortal. Lo que me deja absolutamente perplejo son sus múltiples y deslumbrantes obras, tal como escribí en el párrafo anterior y que repito aquí por el placer de redundar.
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No creáis, mi amado pueblo, mi inestimable público, que me refiero a Anónimo, mi tan fenomenal amigo, a la bartola, así, como si nada.
Todo lo contrario. Una amiga mía, muy amiga mía, fue su mensajera hace pocos días. Mi amigo le pidió que me alcanzara el texto que transcribo a continuación.
Entre paréntesis ( ), otra cosa que admiro de esta maravillosa persona es su bajo perfil. No osaréis decirme que, en los tiempos que corren, no podría ser alguien más mediático que Bob Esponja.
Sin embargo, nunca le he visto, ni siquiera por el Paseo Ribereño, ora sea holgando mientras el río discurre tranquilo, ora mateando alegremente en las riberas perennes.
¡¡ BASTA YA !!
Mejor paso al escrito que tan gentilmente me enviara.
LOS PAQUETES EN EL ÁRBOL
De padres a hijos, la tradición contaba que el roble ya estaba en el lugar antes de que se formara el poblado.
Un día, el hombre más anciano y sabio de la villa
congregó a todos los aldeanos y les sugirió que envolvieran sus
problemas, preocupaciones, pesares y tristezas, en un paquete y que lo colgaran del roble.
Había una condición: aquél que colgara un
paquete del árbol, debía llevarse a su casa otro paquete.
Todos los aldeanos estuvieron alegremente de acuerdo con la
idea, y fueron con rapidez a sus casas para empaquetar sus dolencias y dificultades y, así, poder colgarlos del roble.
De acuerdo a lo pactado, cada aldeano llevó a su
casa consigo el paquete con las tribulaciones de otro aldeano.
Muy pocos días más tarde, la aldea estaba por
demás alborotada, asustada, dolida, desconcertada.
Sus residentes iban de casa en casa murmurando entre dientes. Aquéllos que tenían más confianza entre sí, se quejaban por horas, con un grave malestar que no disimulaban.
Sacando fuerzas de donde no tenían, los moradores fueron por fin a plantearle al anciano sus agobiantes quejas porque los problemas de los otros aldeanos eran mucho mayores y serios que los propios.
El anciano, al verlos con los ceños fruncidos y escuchar sus interminables lamentos, simplemente sonreía.
Sus residentes iban de casa en casa murmurando entre dientes. Aquéllos que tenían más confianza entre sí, se quejaban por horas, con un grave malestar que no disimulaban.
Sacando fuerzas de donde no tenían, los moradores fueron por fin a plantearle al anciano sus agobiantes quejas porque los problemas de los otros aldeanos eran mucho mayores y serios que los propios.
El anciano, al verlos con los ceños fruncidos y escuchar sus interminables lamentos, simplemente sonreía.
Considerando la pueril necedad ciega de sus vecinos con benevolencia y amor de padre, accedió sin vacilar a lo que le pedían desolados.
Fue así como, en un corto plazo, los aldeanos volvieron a empaquetar los problemas ajenos y los llevaron de vuelta al roble.
Finalmente, todos los residentes de la aldea regresaron a sus hogares con sus correspondientes paquetes, es decir,
aquéllos que contenían sus propios problemas.
Sí, Señor Anónimo es un genio verdadero.
ResponderBorrarTu fábula es tan cierta y sin duda muy instructivo para algunas personas.
Saludos
Estoy de acuerdo, querida Steffi, en que esta fábula, como muchas otras, es altamente instructiva.
Borrar¡Ojalá les sirva a muchas personas!
¡Muy bueno, Carloncho!
ResponderBorrar¡Bien que me alegro por lograr el objetivo planteado!
BorrarSuper !!!, me encantó y la publico en facebook para que llegue a más........
ResponderBorrar¡Qué bueno que te haya gustado!
BorrarY me parece una muy buena idea que la publiques en Facebook.
Mientras más gente sepa que a cada uno le toca lo que le toca y que esto no es casual...