lunes, 26 de diciembre de 2011

2 CONSIDERACIONES 2 y una queja


Yo, Poncio Pilatos, me lavo las manos con jabón desinfectante y me las seco con tohalla de hilo egipcio. No quiero que después me acusen de apátrida por señalar cosas positivas en medio de una avalancha perpleja de celebración y de consumo. No es culpa mía que el 89,753% de las cosas que se publican y/o difunden en los medios de comunicación masiva oficialista y opositora, tengan una mala onda que apesta cual albañal de la Edad Media o Zoquete Tres Cuartos.

Y éste es el absurdo que me he propuesto subsanar escribiendo dos cosas buenas y planteando una queja más justificada que una rayuela, no necesariamente de Cortázar, o de él, como prefiera el culto lector.

Los tres tópicos que trataré en este artículo del día memorable de la fecha, conciernen a la Ciudad de Rosario de Santa Fe, República Argentina, América del Sur, etc. Esta frase no implica, no, que estas cosas no ocurran en otros lugares, no; tan sólo inserto esta salvedad pues no me consta, no, que sucedan o dejen de suceder en otros lugares de nuestra Patria Federalmente Unitaria, o del Planeta Tierra considerado como un todo hípico, homogéneo y verborrágico. Si me preguntasen: ¿querés que ocurran también en otras partes?, con una probabilidad muy alta, quizás respondería con cierto titubeo, "es posible".

Primera consideración

No recuerdo cuántos años hacen ya que empecé a percibir esto. Es la típica cosa que uno ve, vuelve a ver una y otra vez y, luego de un período medio indeterminado, nebuloso, perdido en cualquier galaxia, se percata de que es algo que va sosteniéndose en el transcurso del tiempo cronológico ancestral. Y se alegra con parsimonia hierática.

Paradójicamente, me refiero al hecho fáctico de la creciente cantidad de personas que, al subir al colectivo del transporte urbano público de pasajeros que presta servicio en la jurisdicción municipal de nuestro municipio, se dirigen cordialmente al chofer (que no forma parte del vehículo) saludándolo, ya sea diciendo "buenos días", "buenas tardes", "buenas noches", o tan sólo un "hola" amable que engloba todos los saludos considerados.

En la mayoría de los casos, los colectiveros responden al saludo. Sin embargo, he notado que, con un porcentaje mayor del deseable, hay algunos que no se dan por enterados, o miran al ingenuo pasajero, sorprendiéndolo en su buena fe, con cara de decir: "¿Y a mí qué me importa lo que vos querés balbucear, ¡pedestre!?". Es medio triste, ¿no?
Normalmente, si es posible, más que obvio (a veces aclaro cosas tan evidentes que...), me siento en el asiento del pasillo del primer asiento doble, es decir, junto a la puerta de ascenso. De aquí es que estoy emplazado en un lugar súper estratégico para percibir lo que sucede.

Hace menos tiempo, ha comenzado a suceder otra cosa importante: los pasajeros se despiden del colectivero cuando descienden por la puerta delantera, en clara transgresión de las normas vigentes pero no estoy escribiendo sobre eso.

En este caso, de manera similar al anterior, también hay colectiveros que responden, y otros no. ¿Cuál será la clave oculta?

Hace muchos años, tuve un percance desagradable. Era el 24 de Diciembre, a eso de las 9 de la noche. Al llegar en el colectivo a la esquina de mi casa, lo saludé al chofer deseándole Feliz Navidad. El tipo se dio vuelta y, sin decir nada, me miró con una cara de furia aplastante. Me bajé pensando "esta boca no es mía", y seguí silbando bajito (ya comenté anteriormente que "altito" no puedo), con la decisión tomada de no saludar a ningún otro colectivero durante el resto de mi vida útil o inútil.

Pasados algunos días, pensé qué podría haberle sucedido al pobre fulano para tener esa reacción. Supuse que puede haber pensado que estaba burlándome de él, que mientras bajaba le daba a entender: "yo me voy a festejar mientras vos te quedás laburando, parapanpán, parapanpán..."

Un tiempo indeterminado después, volví a saludar al subir y al bajar, tal como lo sigo haciendo en esta actualidad actual.

Y así voy, con mi carreta en flor.


Segunda consideración

Esto es algo que ha comenzado a suceder más recientemente. Estamos hablando (me fascina el plural mayestático) de la antigua usanza de ceder el asiento, en un colectivo repleto de pasajeros, a personas mayores, a saber.

Algo que me sorprende, en este cambalache problemático y febril, es que ahora yo soy uno de los destinatarios de esta costumbre reaparecida como un géiser. Desde luego que no pierdo la ocasión, porque la misma me hace, a mí, ladrón de la primera hora. A los que no lo saben o lo han olvidado, comento a la pasada y al pasado, que nací en 1949. Si esto no es "la primera hora", ¿la primera hora (auténtica o trucha, es igual) dónde está?

Algo que me parece sumamente importante es destacar las dos franjas sociales que en su mayor parte se comportan de esta manera: las chicas y chicos de alrededor de 10 años de bajos recursos, y los jóvenes (chicas y chicos) flirteando por los años 20, estudiantes, empleados, transeúntes, etc. Incluso hay quienes coleccionan estampillas, ósea, son filatelistas.

En razón de que me propuse hacer una consideración positiva, no digo nada de los que se hacen los opas, miran por la ventanilla, mandan mensajitos por el celular, leen el diario desaforadamente, etc.

Ni recuerdo tampoco a la nueva especie de monstruos que viene gestándose desde hace un tiempo: los niños reyes del mundo, malcriados por sus padres, sus abuelos, el resto de la familia, como si fueran... ¡Me producen un revoltijo, doña, que ni le cuento!


Una queja

Me pasma la densidad mental de algunos proyectistas, o lo que sean, en el mundo de las carrocerías.

¿Cómo no llegan ni a vislumbrar que una persona alta se puede agachar y que, por el contrario, una persona petisa no se puede estirar más allá de lo que le permite su escasa estatura?

No se han detenido a pensar en esto ni una fracción de segundo. Y así, otros enanos y yo, andamos a los sacudones en los colectivos actuales, agarrándonos como podemos de los asientos o de las personas. Antes de saltar acrobáticamente por una ventanilla, es preferible abusar de una señora gorda que sirva de ancla inamovible.

Para peor, los últimos colectivos de esta nueva generación que han comenzado a circular hace unos dos meses, son mucho más altos, pero les han puesto unas argollas que cuelgan del fierro sujeto al cielo. Es tan corta la correa que los sostiene, que resultan igualmente inaccesibles.

Veámosle el lado positivo: tienen equipos de aire acondicionado. Es decir, si puedo, voy a viajar en la planta alta, con calor y sujeto a lo que sea.

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Me dijeron que.

2 comentarios:

  1. Carloncho:
    Yo hago lo mismo, eso de saludar a los colectiveros. Como contaste, muchas veces no me responden. Se me ocurre pensar: no será que están cansados de saludar? Yo saludo a uno o dos por dia. Ellos a cuántos?
    La altura de los colectivos me mata! Me sacudo como en una coctelera. Comparto lo que decís.
    Chau.

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