jueves, 6 de octubre de 2011

Punto y coma

... los zapatos de mi abuela son de goma
y los míos son de acero
para darle más trabajo al zapatero...


¡No, no era esto! Esta parodia de La Marcha de San Lorenzo es absurda y, por lo mismo, es graciosa.


Empero, ¿qué puede tener de absurdo un punto, un solo punto, pobrecito, tan aislado que se lo ve? ¿Y la coma, que es como un punto con cola, como si fuera un renacuajo?

Por otro lado, no son verbos como para empezar a cantar. "Déjenla sola, solita sola, que la quiero ver puntuar, comer y leer, reír y aprender..." No, esto tampoco.

¿Entonces? Salgo en mi propio rescate y digo: "¡El Tesoro de la Juventud!". ¡¿Lo qué?!


¿Con la ilustración no queda claro? El Tesoro de la Juventud, como su nombre lo indica, era una colección de veinte tomos, para niños y jóvenes.

Cuando mis hermanos y yo éramos chicos, mi padre tuvo la feliz idea de comprarnos esta memorable enciclopedia. Como están comprobando, que fuera "memorable" no es invento mío, pues las imágenes correspondientes acabo de bajarlas de Internet.

Cada tomo estaba dividido en diversas secciones, en las que se trataban temas de lo más variados. Estas secciones se repetían a lo largo de los diecinueve primeros tomos. No estoy muy seguro de cómo era el Tomo XX; recuerdo que tenía un índice general de todos los tomos.

Por las ilustraciones fotográficas y dibujos, cabe pensar que este Tesoro fue editado a principios del Siglo XX. Como tantas otras publicaciones de la época, no estaba consignada la fecha de publicación.

¡Tendrían que haber visto las fotos de Rosario! Es muy probable que esto lo "adaptasen" al país destinatario, pero es lo de menos. Lo fantástico era ver, por ejemplo, la Plaza San Martín, con un arbolitos que daban pena por todo lo que les faltaba crecer. El Palacio de Tribunales, actual sede incendiada de la Facultad de Derecho, se veía en todo su esplendor pues, además, no había árboles que bloquearan en parte la visión. Esto es lo que recuerdo con claridad; también había fotos de tranvías y más cosas, pero son imágenes muy desdibujadas en mi memoria.

Entre las cosas que sí recuerdo haber leído, se encontraba el artículo "Curiosos chascos y percances a los que puede dar lugar la puntuación".

Sin exagerar, leí este artículo ciento dos millones trescientas noventa y un mil seiscientas diecisiete veces. Se ve que, a tan temprana edad, ya me interesaban los temas atinentes al lenguaje

Hace muchos años ya, mi padre le regalo esta colección a su nieto mayor. Poco tiempo después, tuve la brillante idea de ir a su oficina, buscar en el Tomo XX dónde estaban los Curiosos chascos, y sacarles fotocopia, de manera de seguir teniendo éste, mi principal "tesoro" dentro de El Tesoro.

Transcurrió más tiempo, y tuve otra brillante idea (en esos tiempos no había lámparas bajo consumo que se me pudieran prender): copiar esos textos en la computadora. Y aquí los tengo al alcance de la mano, listos para ser usados.

Tras esta pantagruélica introducción, avanzo sobre otra de las cosas que sí me parecen absurdas: la supresión paulatina de los signos de puntuación.

Por haber comenzado antes, esta supresión no puede ser consecuencia de los imbatibles mensajes de texto de los teléfonos celulares. Para mí, responde más bien al desconocimiento liso y llano de cómo se utilizan estos signos. Podría ser también producto de una vagancia generalizada por todo el planeta, o de algún desgano existencial posmoderno y taxidermista. ¿De qué o para qué sirve la rosa? ¡Má' sí, dejála que se pudra en el florero!

Si desconozco, por no tener ni la más remota idea, para qué sirven los puntos suspensivos, más vale los dejo en suspenso y no los uso. Como me decía mi abuela, la refranera que tanto amor me profesaba, a mí, su nieto preferido: "M'hijito, ante la duda, abstente". Me pregunto: ¿y si mi madre tenía los puntos suspensivos guardados para preparar la cena esta noche? No puedo ni debo sacárselos de circulación.

No voy a dedicarme yo ahora, justamente ahora, a poner signos de apertura de interrogación o admiración. Carece de sentido perder el tiempo en estas nimiedades. Para peor, si averiguás un poco por ahí, te enterarás de que sólo se usan en castellano. Esto nos pasa por descender de españoles y su cultura judeocristiana.

Al vociferar en estos temas, no me refiero a autores, claro está, de la talla de James Joyce, con su "Ulises", ni a la prolífica obra de Saramago. En estos casos, no usar estos signos respondió a un criterio determinado, y no al mero desconocimiento.

Pero, ¿cuánto escritor anda suelto por ahí que, de casualidad, cada muerte de obispo pone un punto o, incluso, se arriesga a poner también una coma?

Los docentes, en cambio, pobres criaturitas del Señor, no tienen ninguna idea pero es porque no se las dieron. El stock ideológico se acabó con la Revolución Industrial.

La ilustración no es del magnífico Tesoro. El texto, obviamente, sí.


SIGNOS DE PUNTUACIÓN

Los signos de puntuación dan la expresión al escrito; es el tono, por así decir, con que se debe leer una composición, y el menor cambio de acentuación producirá gran trastorno en las ideas.
Una coma (o cualquier otro signo), en ciertas ocasiones, varía tanto el sentido que puede hacerlo contradictorio.
Para ilustrar esto, se cuenta una anécdota imaginaria, ubicando la acción a fines del Siglo XIX.
Tres hermanas, Soledad, Julia e Irene, bastante lindas y jóvenes, eran visitadas con mucha frecuencia por un caballero muy culto, elegante y buen mozo. Era tan sabio este señor, y tan simpático, que conquistó el corazón de las tres hermanas sin haberse declarado a ninguna de ellas, y llegó a tal grado el entusiasmo de las pobres hermosas, que todo era entre las mismas disputas y cuestiones.
Para salir de esta situación, exigieron del joven que se declarase y, acosado y comprometido, éste ofreció consignar en una décima el estado de su corazón con respecto a ellas, pero con la condición precisa de que no había de estar puntuada, y autorizando a cada una de las tres hermanas para que la puntuase a su manera.
La décima es la siguiente:
Tres bellas que bellas son
Me han exigido las tres
Que diga de ellas cuál es
La que ama mi corazón
Si obedecer es razón
Digo que amo a Soledad
No a Julia cuya bondad
Persona humana no tiene
No aspira mi amor a Irene
Que no es poca su beldad.

Soledad, que abrió la carta, la leyó para sí y dijo a sus hermanas:
- “Hijas mías, la preferida soy yo o, si no, oíd.”, y leyó la décima con la siguiente puntuación:
“Tres bellas, que bellas son,
Me han exigido las tres,
Que diga de ellas cuál es
La que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
Digo que amo a Soledad;
No a Julia, cuya bondad
Persona humana no tiene;
No aspira mi amor a Irene,
Que no es poca su beldad.”

- “Siento mucho desvanecer esa ilusión, hermana mía, -dijo la hermosa Julia- pero soy yo la preferida. Y en prueba de ello, escucha:
Tres bellas, que bellas son,
Me han exigido las tres,
Que diga de ellas cuál es
La que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
Digo que, ¿amo a Soledad?
No. A Julia, cuya bondad
Persona humana no tiene.
No aspira mi amor a Irene,
Que no es poca su beldad.”

- “Las dos estáis engañadas -dijo Irene- y el amor propio os ofusca, porque es indudable que la que él ama, de las tres, soy yo. Veamos:
Tres bellas, que bellas son,
Me han exigido las tres,
Que diga de ellas cuál es
La que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
Digo que, ¿amo a Soledad? ...
No. ¿A Julia, cuya bondad
Persona humana no tiene? ...
No. Aspira mi amor a Irene,
Que no es poca su beldad.”

Quedaron en la misma duda, en la misma confusión, y determinaron salir de la incertidumbre exigiendo al joven la puntuación de la décima. Les envió una copia puntuada así:
Tres bellas, que bellas son,
Me han exigido las tres,
Que diga de ellas cuál es
La que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
Digo que, ¿amo a Soledad? ...
No. ¿A Julia, cuya bondad
Persona humana no tiene? ...
No. ¿Aspira mi amor a Irene?
¡Qué!... ¡no! ... es poca su beldad.

Este ejemplo demuestra la necesidad de la puntuación, lo que pueden hacer los signos ortográficos, que son de gran valor, y que su colocación cambia con facilidad el pensamiento, llegando incluso el texto a decir lo contrario de lo que se quiere.

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A este caso palmario, en el cual el mismísimo texto tiene cuatro interpretaciones diferentes según se lo puntúe, agrego: ¿qué puedo agregar, acaso no es estridentemente claro el ejemplo? No agrego nada. Pongo una foto más del Tesoro, unas flores de adorno,  y me borro.

Así era la edición que teníamos en casa.






                                                                                                        

4 comentarios:

  1. ¡Muy bueno! Me hiciste ir al pasado. ¡Cuánto leíamos! Y ahora...

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  2. Ya te lo dije personalmente. No voy a desperdiciar la oportunidad de escracharte en público, ¡Chiquito traidor!
    ¿Cuántas veces hablamos de este tema? En muchas ocasiones. ¿Y de qué hablábamos? ¡Precisamente de todo lo que señalás en este artículo!
    Y, sin embargo, ¡ni una sola vez sacaste a relucir este texto extraordinario para ejemplificar el tema!
    Si seguís haciendo trampa, te caerá todo el rigor de la ley...

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  3. Respuestas
    1. Hola, Anónimo:

      No estoy seguro de qué quisiste expresar. Miré en Google y encontré la palabra "chimbo". Quizás sea la misma. Por lo general, se la usa como palabra sustituta de "pene", y también para expresar que algo no te gusta o que es de mala calidad.
      Si tu comentario es negativo, pues es también muy bienvenido.
      El blog nos permite disentir. Hubiese sido mejor, claro, que dijeras porqué o qué fue lo que no te agradó.
      Hasta pronto.

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