lunes, 5 de diciembre de 2011

Mi cuerpo y yo

Me parece que el título que acabo de escribir me rememora un libro que nunca leí y que tampoco pienso leer. Quizás haya sido escrito por JRJ (Juan Ramón Jiménez -las siglas están de súper onda-). Bueno, de ser así, da lo mismo; no quiero narrar la historia de mi propia cualidad de burro: me basta con serlo.

En realidad, quiero comentarles lo que creo respecto de mi cuerpo. Concretando, creo que yo...
¡¡ SOY HABITANTE DE MI CUERPO !!

Esta afirmación puede sonar un tanto extraña, sí, ¿y? ¿Cuál es el problema? ¿A dónde está, que no lo encuentro? ¿La ley acaso me prohíbe hacer este tipo de comentarios?

Mientras mi pueblo y mi público piensen, sientan, crean, opinen, o lo que sea, que pueden leer las cosas que escribo, pues ésta también es una de esas cosas. Propiedad intelectual: Carlos María. Algún día haré el depósito que, con toda amabilidad, solicita la ley 11.723.-

La noción de que mi cuerpo es distinto de mí, es decir que yo no soy mi cuerpo, sino que lo habito, es algo que comencé a intuir hace mil años atrás.

En Junio de 1985, primeros diez días, estuve en Zapala, Provincia del Neuquén (palíndromo, por si les interesa). En aquella época prehistórica, la vida social de la ciudad no era muy intensa; solamente había un bolichito muy agradable llamado "El Chancho Rengo". No se puede dudar de que este nombre me recopó. Pues bien, sentado que estaba cafeteando una noche allí, vino el dueño a encender la estufa que estaba detrás de mí. Al hacerlo, me advirtió:
- Tené cuidado, que se te puede quemar la espalda.

Con una prudencia excesivamente impropia de mí, no respondí nada, a pesar de que pensé: ¿cómo es esto de que "se me va" a quemar la espalda? ¿No habría sido más lógico decir: te podés quemar? Si la espalda se me quemaba, que vinieran los de emergencias a llevarla al Instituto del Quemado, ¡yo no iba a dejar de tomar café por un detalle tan hiperbólico y soez en su nimiedad!

Cuento esta anécdota con la única finalidad de mostrar desde cuándo vengo dándole vueltas a este tema ancestro-artesanal y ontológicamente inquietante, tanto para los iniciados como para los no iniciados.

Seguí pensando en esto. Le dije a una amiga:
- Yo soy distinto de mi cuerpo...

Me hizo papilla con su interrupción:
- Yo soy dueña de mi cuerpo y con él... ¡hago lo que quiero!

Yo, más mudo que una pared de cal y canto. Me revienta hasta la espesura que me interrumpan. Además, pensé: "si será tarada; de haber esperado medio segundo y escuchar lo que decía, no tendría porque haber sido tan guaranga para reafirmar lo que mismo que yo había comenzado a decir". Tengo una leve sospecha de que no se puede "ser dueño" de algo cuando "se es" ese algo, ¿no? Entonces, si ella era "dueña de su cuerpo", era habitante de su cuerpo, ¿o me confundo?

La Provincia de Buenos Aires, pionera ejemplar en todo asunto en ciernes, se adelantó declarando enfáticamente el derecho de todos y de todas a poseer un cuerpo digno de ser habitado por los ciudadanos de la noble República.

Conocí a una chica alemana de origen judío. Hablaba alemán, yiddish, inglés, hebreo, y de castellano, ni papa. Le pregunté cómo se decía, en esos idiomas, "me duele la cabeza". Le expliqué que si la cabeza duele a mí, entonces la cabeza no soy yo. Cabeza: sujeto de la oración; duele: verbo; a mí: objeto indirecto. O sea, yo no soy el sujeto de la acción, sino que lo es la cabeza.

Siempre discreto, acababa de conocerla y ya le estaba zampando este lindo interrogante. Lo pensó un buen momento y me contestó que en todos esos idiomas se dice de la misma manera. Esto me vino bien pues alguna vez me objetaron mi proposición argumentando que era una "forma de hablar", como si la forma de decir algo no tuviera ninguna significación. Bueno.

Continué dándole más y más vueltas en mi cabeza, que había dejado de dolerme, y se me ocurrió otra cosa: no estoy conectado a mi cerebro como corresponde. Tengo todo mi cuerpo inervado (a tope de nervios, para los que desconocen el término) y, no obstante, no me entero si mi páncreas está generando un cáncer. Pongo este ejemplo extremo porque esta enfermedad concreta no produce síntomas hasta muy poco tiempo antes. Digo: ¿cómo es que no me entero? ¿Por qué este cuerpo me desobedece y digiere los alimentos que consumo haciéndome engordar estrepitósamente? Le ordené que me quitara el enfisema: ¡ni ahí!

Nervios faciales:


Son un montón. Deben servir para pestañear, sonreír, maldecir, levantar una ceja en demostración de desconcierto, fruncir el entrecejo como consecuencia de un disgusto, mover las orejas, abrir la boca para papar moscas, y vaya uno a saber cuántas cosas más, útiles o inútiles; este aspecto colateral no forma parta del presente tratado espasa enciplodédico.

Sigo como cuando vine de España: no entiendo cómo mi cuerpo no me dice casi nada. En mi edad de oro personal, cuando tenía dientes de los cuales también era dueño pero que, a diferencia de los actuales, estaban incrustados en sus respectivos maxilares, mediante un dolor excelso y falaz, mi cuerpo me hacía saber que estaba cursando una caries. Por lo general, calla cautelosamente como monje de clausura. ¿Será que estoy clausurado?

Como siempre, ahí están las generosas propagandas que vienen a echarme una mano con este tema espinoso, porque lo hice todo a base de cactus.

No las recuerdo con claridad. Una decía que mi cuerpo había hecho mucho por mí, y me preguntaba: ¿vos qué hiciste por él? Esta querida pregunta, aparte de afirmar que mi cuerpo es diferente de mí, me culpa por no tratarlo con cuidado. La gente de la publicidad no es tonta, ¡qué va!

Y tantas otras de diferentes productos pero igual mecanismo.

Luego, con sabiduría cósmica y siguiendo el ejemplar ejemplo de la Pcia. de Bs. As., la de Santa Fe, hará uno o dos meses, nos zanjó el asunto con un decreto callejero. No sólo da por sentado que los habitantes de la provincia somos habitantes de nuetros cuerpos, sino que declara que éstos son bolsos, carteras, mochilas, billeteras o maletines:


Ahora, antes de salir de casa, agarro mi cuerpo, guardo en él mis derechos, y después voy a tomar el colectivo. ¡Es de cómodo!

Por otro lado, con la docilidad que me caracteriza desde hace medio minuto, obedezco a pie juntillas las señales que encuentro en mi camino:


Y ahicito nomás me pongo a cuidarlo tanto tanto que hasta parece un jardín florido en las largas noches del helado invierno, cuando las maderas crujir hace el viento y azota los vidrios el fuerte aguacero... (confróntese a Bécquer, no a mí, que no soy autor de estas últimas líneas).

Todo este tema fue adquiriendo proporciones mundiales. Una escritora norteamericana de renombre, publicó un libro donde plantea estas cuestiones con sumo rigor científico:



Para mí, este libro llega tarde. Como acabo de contarles, ya vengo sanando mi cuerpo que es un contento.

A modo de anticipo de conclusión de este tema, y reforzando el alcance mundial que tiene, Jacqueline Bisset ha llegado a comentarnos su parecer:



¡Perfecta! ¡Diosa! ¡Genia! ¡Ídola! Su honradez desenmascara verdades inescrutables. ¿Que ella va a mentir? ¿Acaso alguien puede llegar a dudar de lo que dice de manera tan frontal? No, señores, ¡ni se les ocurra! Ella... no miente sobre su edad. Su piel, que justo pasaba por ahí, lo hace por ella. Porque su piel, que es el forro de su cuerpo envuelto como para regalo, no es ella. Ella, por muy británica que sea, también es habitante de su cuerpo. Si no, sería una mentirosa, doña, que ni le cuento...

Por último, destaco un punto realmente antiguo, y lo digo en serio: todas las religiones hablan de la vida después de la muerte. Si nosotros fuéramos nuestros cuerpos, al morirse éstos, también nos moriríamos nosotros. Pero no, el cadáver, o restos mortales como dicen en el diario, se crema o se sepulta mientras nosotros nos rajamos para el Cielo o el Infierno, o bien esperamos pacientes una nueva reencarnación, o viajamos por debajo de la tierra para ir a tomar un café con Osiris, u otras múltiples variantes a disposición del que las desee.

Milo nos dejó esta foto de un muy buen cuerpo de mujer que fuera habitado por una antigua matrona persa, conocida como Venus, de una alcurnia que ni se cuenta.

Por su lado, el magnánimo Miguel Ángel Buonarroti nos legó un cuerpo de hombre que habitó un tal David; parece que este muchacho reventó de un hondazo a un urso inmenso y caníbal llamado Goliat pero, como es un episodio muy antiguo, se han echado a perder los diskettes donde estaba archivada la información correspondiente. Yo les dije: hagan backup en CDs o DVDs. La cosa ya no tiene remedio.

¿Y la flor?


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1 comentario:

  1. Con perdón...pero muy difícil de comentar. Incluso de leer, pero que vamos a hacer?. El tema es interesante. El dualismo??, yo creo que somo una entidad bastante indivisible............cuando se divide por la muerte no es natural.........es decir yo soy yo hasta en la última célula. Y tengo que volver a "reunirme" para ser yo.
    Dije que es dificil de comentar.vale algo

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